La pésima infraestructura de la zona no nos lo ponía fácil, porque el hotelito al que nos llevaron se aproximaba más a un establecimiento del siglo pasado por el que nadie había decido pasar un trapo con detergente y en el que no se habían realizado reformas desde entonces... En fin, había que dormir y después de una frugal cena nos fuimos a la cama (por primera vez en el viaje tuvimos que hacer uso del saco sábana). Y pasamos frío, y hubo ruido de gente, de las oraciones de la noche y de la fuente del patio central; pero pudimos dormir y recuperar fuerzas.
Menos mal, porque los 3 km de subida continuada al cráter del Ijen nos costaron lo suyo. Eso sí, pedazo de paisaje el que atravesamos y pedazo de visión la que obtuvimos al llegar. Visión, sí, porque entre el humo, el olor sulfuroso y los mineros que descendían al cráter para volver cargados con 80 kg de azufre a las espaldas, los últimos metros se convirtieron en algo difícil de explicar.
De nuevo los esfuerzos y el madrugón habían merecido realmente la pena.
Ya estoy en las Americas para haceros la competencia jeje.Joder que frio hace en san Francisco y yo lo más que he traido es un jersecito fino.
ResponderEliminarOjito con el olor a huevos podridos que engancha.
Besos